Sampaoli ya salió de Buenos Aires y desembarcó para ser entrenador de la U

A comienzos del 2011, Santiago recibía a un personaje que con el tiempo se transformaría en leyenda. Jorge Sampaoli llegaba desde Argentina, con paso previo por Perú, y una mochila llena de ideas intensas, ofensivas y vertiginosas. A primera vista, parecía uno más. Pero los que saben de fútbol notaban algo distinto en su mirada: una obsesión por atacar y presionar sin descanso.
La U venía buscando una identidad fuerte, una que hiciera vibrar al Nacional con cada partido. Y fue en Sampaoli donde encontró esa chispa. Desde los primeros entrenamientos en el CDA, el ritmo cambió. Se acabaron las pausas, se duplicaron las cargas y se respiraba fútbol 24/7. El profe no daba tregua, pero tampoco pedía nada que él mismo no estuviera dispuesto a dar.
Su primer gran reto fue ganarse al camarín. Con humildad y convicción, se acercó a cada jugador y les hizo creer en su plan. “Aquí vamos a correr todos”, decía. Y no era solo correr por correr, era un fútbol de vértigo, de presión alta, de posesión con sentido. Poco a poco, el plantel se fue contagiando de esa locura hermosa.
Los resultados no tardaron en llegar. La U se volvió una máquina. Ganó, goleó y gustó. Pero más allá de los títulos, lo que enamoró fue la forma. Cada partido era un espectáculo. El equipo jugaba con el alma, con garra, pero también con una idea clara que salía desde la pizarra del profe calvo que no paraba ni un segundo en la banda.
El punto más alto llegó con la inolvidable Copa Sudamericana 2011. Una campaña perfecta, de esas que se cuentan una y otra vez. La U voló por Sudamérica, y Sampaoli era el capitán de esa nave. En cada entrevista, se notaba que el tipo vivía el fútbol con pasión y detalle. No dejaba nada al azar.
Hoy, años después, su legado sigue vivo. Cada vez que un hincha azul recuerda esa época, hay una sonrisa automática. Porque más que ganar, Sampaoli nos hizo soñar. Nos enseñó que se podía jugar bonito, presionar arriba y ser protagonistas en cualquier cancha. Y todo empezó ese día, cuando bajó del avión y dijo: “Estoy listo para hacer historia con la U”.